Lo que fue para Ángela Navarro ir hacia la estética oncológica

Ángela Navarro

Entrevistamos al alma mater de la casa.

Ángela, ¿qué ha supuesto para ti dedicarte a la estética oncológica paralelamente a la gestión de tu salón de peluquería?

Para mí, este campo de mi profesión lo ha sido casi todo. Quién me iba a decir a mí que iba a conmoverme así todo aquello, en un momento en que se me conocía por la dirección de imagen de la entonces Pasarela Cibeles.

En aquel momento convivía entre la fantasía y la creatividad de mi profesión, en la que teníamos que preparar el cabello y las pelucas de las modelos para cada uno de los diseñadores.

Y es que hasta entonces, las modelos iban peinadas como clones, justo para que la ropa destacara sobre un “lienzo”, digamos, más neutro. Yo vivía a caballo entre aquello y las pelucas con las que tenían que convivir mis clientas oncológicas.

¿Cómo fue el primer contacto con este mundo?

Siempre lo digo, fue una periodista de ABC y amiga de la casa, Ana Muñoz, que enfermó de cáncer y empezó a confiarme sus inquietudes con respecto a la piel, a lo que sufría su cuero cabelludo cada vez que se ponía y se quitaba la peluca.

Por aquel entonces, yo la trataba, y también la acompañaba a sus sesiones de quimioterapia; me impresionó muchísimo ver esa otra cara de la estética a la que no tenemos acceso los que no hemos vivido de cerca una enfermedad como esa.

Pude ver la desesperación de las mujeres por seguir reconociéndose frente al espejo, y eso fue como un imán para mí.

Me empezaba a escapar hasta las zonas de tratamiento donde las mujeres esperaban para recibir sus sesiones de quimioterapia y radioterapia, y hablaba con ellas acerca de cómo estaba afectando todo eso a su imagen.

Cuando acompañaba a Ana, otras pacientes como ella en las salas de espera le preguntaban qué hacía para estar tan guapa.

¿Has vivido los tabúes de esta enfermedad?

Absolutamente. Antes había terror a mencionar la palabra “cáncer”. Cuando se enfermaba, se decía, “tengo… eso”, o se hablaba de “una larga enfermedad”.

Era un tema tan tabú que en las peluquerías aún no sabíamos cómo abordar un asunto así. Nos moríamos de miedo con la sola idea de pensar que no pudiéramos ser capaces de aliviar ni un poco todo ese sufrimiento paralelo.

Así que empecé a estudiar sobre el asunto, y a escribir mucho. Y sin darme cuenta casi, he publicado varios manuales para los departamentos de enfermería y para varios hospitales de la Comunidad de Madrid.

Esos libros están llenos de consejos acerca de cómo tratar la piel, cuándo y cuánto, cómo gestionar la peluca, cómo cuidarla, cómo preservar el cuero cabelludo cuando se retira, qué cosmética utilizar, cómo maquillarse…

El primer libro me lo editó Isabel Polanco, a quien recuerdo con mucho cariño. Y poco después lancé mi línea cosmética Adapta, primero pensando en ellas, en cómo tener unos cosméticos hipoalergénicos, con fórmulas simplísimas y sin perfumes.

Todo para poder ser toleradas, lo que es maravilloso también para las pieles normales.

¿De qué sientes más pena?

De la desaparición de algunas clientas y amigas, entre ellas, Ana Muñoz, la persona que me metió este gusanillo en la sangre. Nunca le estaré lo suficientemente agradecida.

También de algunos médicos que no querían hablar conmigo porque yo era “la peluquera moderna esa” que trabajaba con Almodóvar.

¿De qué te encuentras más orgullosa?

De volver a ver sonreír a mis clientas que se están tratando un cáncer, de cómo una leve mejoría en su piel o su aspecto les cambia la cara y el ánimo e incluso les ayuda en el proceso de curación.

Y actualmente, de ver a mis hijas con todo ese legado.

Se me saltaban las lágrimas durante el confinamiento, cuando las veía dejándose la vida para atender por videoconferencia hasta la madrugada a todas esas pacientes que nos pedían consejo y a las que no podíamos dejar en la estacada.

Todo esto está siendo uno de los grandes sentidos de mi vida.


Si te has quedado con ganas de más y quieres escuchar nuestro podcast, este episodio te va a encantar:

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